Te levantas, te duchas, se te cae todo, resbalas y te levantas. Afortunadamente no estás herido varios rasguños y nada más… aunque el culo dolorido. Vas a la nevera, tiras la leche, limpias y lo dejas como estaba; una cosa menos. Eliges ropa, ¿qué te pones? ¿Cómo se hace? ¿Lloverá? ¿Saldrá el sol? Te das con la pata de la mesa, hematoma superficial. Pones el ordenador, se ha muerto alguien, todos los días pasa,
¡Apagaaaaa! como diría mi amigo José Mota… Lo haces…
¿Dónde están las llaves? Las buscas, las encuentras, cierras la puerta. ¡Qué portazo por Dios! Se despierta el vecino que sale con dos niños, tú estás bien pero el te pregunta qué ha pasado. No estás para explicaciones así que luego se lo contarás…
Coges el ascensor, bajas al garaje, ves tu coche… ¡Oh no! Una rueda pinchada. La cambias con una sutil destreza digna del mejor profesional que se precie.
Das a la llave de contacto, no funciona… ¡uuuuuuufff! Batería agotada. Llamas a tu colega el portero del garaje, juntos y con el estárter hacéis que el motor se mueva.
Dos compañeras se pegan, ¿se les habrá pegado algo de los de “Sálvame”? Te toca mediar en el conflicto, una de ellas, (sin querer) te da un puñetazo en el ojo, te vas a urgencias… te miran, te hacen pruebas, y no tienes nada; ¡sólo un susto!
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